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Si estoy borracho, qué me importas.

EncontrĂ© una hora oculta secreta entre las agujas de un reloj que no se movĂ­a. En ese momento eras escoria, pero que importa si hay ginebra; estoy bebido y no hay puerta de emergencia en este antro. Las nubes me abrazan las mejillas mientras caigo al suelo desplomado, pero suena mĂşsica que me inunda. Por mi puede irse todo al carajo; si estoy borracho quĂ© me importas. Un borracho triste. Uno que palpita. Uno que rĂ­e y gira. Que se tambalea mirando fijamente a tus ojos. Y te graba en las pupilas su extraño coctel de amor y odio. Y te abraza. Y cae. Y sueña. « Menuda forma de volver tiene el Palacio. Gracias. »

Cuando abracé el vacío de la noche.

Hace poco en un delirio, caminé entre los bosques y entre ríos y matorrales, y poco a poco me fui helando. Primero fueron los capilares los que dejaron de sentir, luego las cuatro extremidades, luego el pecho; luego fin. La cabeza me temblaba, dolía y no dejó de entumecerse. Los labios morados probaron el hielo de la saliva congelada al nacer. El cielo cayó como una emboscada sobre mi pobre y tierna piel, hasta que no dejó de ella ni los huesos que la aguantaban. Cuando abracé el vacío de la noche al rato lo llenaron las estrellas, porque si miras entre ellas como por arte de magia aparecen más. Y en un triángulo de estrellas había una que se retorcía como rabiosa entre otras dos; como agarrada a dos cadenas. Un resplandor en el borde del ojo, y pareció derramarse el cosmos sobre ese techo que me envolvía y me acunaba entre sus brazos. No hubo por qué temer la noche; alumbrado por esa brillante jauría que desterró toda la pena.

La patética pataleta de mi yo (roto).

Con las ojeras de pensar demasiado veo ponerse el sol sin prisa ni ganas, como el que ve hundirse un anillo en el rĂ­o o un recuerdo ya olvidado. El dĂ­a a dĂ­a parece una broma. ¿Pero acaso hay mejor máscara, para ese chiste de mal gusto, que una sonrisa bien afilada? El deseo de llevarme la soga al cuello; la patĂ©tica pataleta de mi yo, roto , no es mas que otro torpe ejemplo de una forma de perder el control. Vivir por vivir, luchar por no morir. Es aferrarse a un clavo al rojo que te calienta el corazĂłn justo para no dejarte helado. Pero no conozco otro camino que el de ver como se desmorona el castillo de arena sobre el que ando, subyugado a las olas del mañana; convirtiĂ©ndose en sucio barro. Hay veces en las que ni yo misma tengo fuerzas para reconstruir el Palacio.

El ciervo herido.

Gracias al Palacio que intenta salvarme aún siendo demasiado tarde: Lloro por la sangre que baja por tus piernas; por tus noches solitarias y calladas, por el ruido ensordecedor de tu cabeza. Lloro por tus ojos cansados que no temen al océano que se los traga para forzar a veces una sonrisa falsa. Tengo cuidado de no ahuyentar al ciervo herido en que te has convertido por correr sola entre los cristales. Pero si no fueras tan testaruda, yo no sería tan incansable; si solo no te quedaras sola cuando huyes de los miserables... No lloraría por tí de noche; no temería que caigas al suelo y contra el mundo te destroces.

Suerte que siempre nos recoges.

A este Palacio sempiterno  no lo detienen ni los huracanes. Es por ti que quiero llorar y no sĂ© explotar a tiempo. Por ti sĂ© amar como un niño, por ti puedo seguir; y me quiero acabar. CĂłmo te voy a abandonar si me has enseñado a amar. A veces te veo tan cansada, que parece que te vas a derrumbar, y sin embargo esas ojeras me conmueven; sigo sin saber muy bien como sigues adelante. Yo aquĂ­, agarrándome a una rosa ardiendo y a ti no te detienen ni lo huracanes.   CĂłmo voy siquiera a seguirte, si me llevas la delantera desde hace años. No, no eres perfecta, de hecho a veces estás loca; pero quizá por eso te quiero.  Porque abro la ventana  y siempre has estado ahĂ­, sentada en el saliente dispuesta a acompañarme. Con esa sonrisa triste que apena a las golondrinas y las hace caer al suelo. Suerte que siempre nos recoges. ¿Que puedo decirte? A veces te he odiado, siempre me has perdonado, pero nunca he querido a nad

Tu olor a tinte y nervios.

Ahora que estoy bajo tus ojos inquisidores y verdugos, fijos, me pregunto si es un sueño o si estoy en un delirio. Nosotros ya sabemos que nuestros labios se entienden, sin articular un sonido más que un vaho en el aire. Pero un leve gemido en la tarde no va a derribar esta casa donde el reloj se para; sin seguir una regla exacta. Ya no hay techo, ni hay paredes. Solo piel que se retuerce entre sangre efervescente, que me asfixia y me embriaga. Es un recuerdo tan potente, que tu olor a tinte y nervios despertó al leon dormido que esperaba entre mis dientes. Escóndete los miedos donde puedas o cabálgame como un jinete; pero aquí no hay escapatoria a gritarme lo que sientes. Siempre supe, que dentro de El Palacio, habitaba un león.

Si matas a la mariposa.

Aparece en mi vida desordenándola, como alguien que busca algo en una habitación, demasiado nervioso para ordenarla antes de irse. Me rompe los esquemas evocando la bravura de los cobardes, y me esquiva lascivo como si fuese alérgico a mi piel. Mi miedo incontrolado a expresarme le repugna; o quizás soy yo la que lo hace, quién sabe, si tengo más grietas a cada abrazo. Duele, aunque seas como un libro; duele. Duele cuando dices que delira mi demencia y dejas de lado mis desmedidas desmesuras. No quieres mis quimeras quemadas de querellas. Y quedo tan inquieta; y te quejas de que me quiebre. Pero yo no quiero rimas, ni vocablos que me distraigan con palabras vacías que nunca fueron nada para ti. Estoy pasándome la eternidad entre tus muñecas y mis lágrimas, suplicándote que llames a la puerta si es que piensas volver. No porque te oculte nada, sino porque tengo el pecho frágil desde que oteo los atard

El tiempo que te he pensado.

En el tiempo que te he pensado, pude leerme una novela que me enseñara paso a paso cĂłmo dejar de enamorarme SerĂ­an mil páginas sin hablarte y una cantidad de horas sin más sentido que sobrevivir, pensando solo en respirar. ¿Como puedes decir que no te amo? Si se me pasa el tiempo en un susurro cada vez que te veo sonreĂ­r; aunque no ocurra tanto. Si me caigo de rodillas derrotado cada vez que me dedicas un momento. Tanta bravuconerĂ­a que tengo y me derrito con un "te quiero". Quizá no sea el que más te merece, no soy un amante modelo, será por eso que no me esfuerzo o quizá por falta de esperanza. Respecto a lo que siento solo guardatelo en las manos hasta que un dĂ­a lo necesites; ha no tengo más prisa. Yo estarĂ© aquĂ­, esperando como siempre. Mirando atento a tus ojos para que no los cierres. Rezándole a la estatua y no a la diosa, olvidĂ© lo que significaba caminar hacia la redenciĂłn sin pedir perdĂłn por creer en mĂ­. Sigo pensa

Era un cadáver caliente.

Hoy la reconocĂ­ en el atardecer, en el sol que se ocultaba  que antes de que me diera cuenta  ya habĂ­a desaparecido. Y llorĂ© sin lágrimas y gritĂ© sin fuerzas; y vi que era igual, que era un cadáver caliente  por lo que lloraba. Por el hueco entre las sábanas, por el hueco en la tarde. Y en el reloj... Y en mi cama...  Y el que habĂ­a entre mis labios. Gracias al Palacio tengo un poema que está más centrado que yo en estos momentos.

El pozo de brea.

Ya estoy mordiĂ©ndome el labio otra vez; otra vez muerto en el sofá con una espina clavada en el estomago. ¿La saco o la dejo? ¿Me enveneno o me desangro? Ya estoy pensando en tĂ­ otra vez, no aprendo, siempre me duele más que la vez anterior. La piel es cada vez mas suave y más insensible. Quiero acariciarte, quiero tocarte, quiero hundirme en un pozo de brea, no volver a verte para poder soñar contigo; y quizá ni con eso vuelva a ser feliz. Me duele el estomago. No sĂ© que hacer. Te miro a los ojos y solo me veo a mi. Quizá ahĂ­ no haya nada; o no sea para mi. ¿QuĂ© hago contigo? No sĂ© dĂłnde meterme con todos esos planes para dos. Cada dĂ­a pienso más y duermo menos; o vivo menos y duermo más. Puede que asĂ­ se acabe, aunque sea poco a poco, aunque abrace la espina hasta que me llegue al corazĂłn. La insp iraciĂłn no me llega casi ni para agrad ecer todo al Palacio.

El celoso y el niño amoroso.

Yo soy el esclavo , yo soy el penitente , el que vive atado a un corazón de barro. La sombra de un tipo decente; el que ni siente, ni sufre, ni padece. Yo soy la máscara y yo soy el monstruo, el que sonríe a los ojos y miente de frente. El que con desprecio mira al cielo esperando que caiga fulminante. Yo soy el anciano que muere en la calle y el joven truhan que te roba el dinero; un farsante que camina sin consuelo entre luces molestas de escaparates. Yo soy el celoso y el niño amoroso que se lanza a tus brazos desconsolado, cuando peca, cuando gime de noche; cuando pide por favor que le perdones . Yo soy el que escribe un verso incompleto esperando que algún alma le comprenda; el necio y el loco con el espíritu roto que señala las nubes tirado en la acera. Solo un alma ha llegado a comprender a la niña celosa y amorosa; la de El Palacio .

No me sueltes, que me hundo.

¿QuĂ© si duele? Si, a veces por el contacto directo al que me expongo siempre por querer verte un momento. Por querer y no llegar, intentarlo y no alcanzar, ni a que me mires un poco cuando me prendo en llamas. Hoy las llagas de mis dedos me han pedido una tregua, para la guerra de trincheras en la que llevo años metido. Pero ni aĂşn asĂ­ te soltarĂ­a cuando te viera caer a la negrura de tus dĂ­as malditos y mojados; ni podrĂ­a dejar de mirar tus ojos. Ellos me dicen en silencio: "no me sueltes, que me hundo, sácame de este agujero". Y dime, ¿cĂłmo iba yo a ignorarlos? Una vez más, salvada por el Palacio .

Ruido blanco.

Dame un ruido blanco para que llore en silencio; y un pequeño sol para apagarlo en agua fría. Quiero un libro que me explique por qué me rompo todos los días. Y un patio de paredes blancas donde llenarme de cal los huesos. Lo que me pasa por perro callejero es que me rompí la pata contra el suelo cuando quise saltar por la manzana que entre la lluvia se estaba pudriendo. Asi que me fui otra vez a mi agujero, mi rincón de la nostalgia inútil, donde los besos ocurren cualquier mes y una brisa verde me refresca el pecho. Donde mis labios, agrietados y cansados de su silencio, exhalan humo de un incendio que se ensaña en mis entrañas y me quema por dentro. Solo tengo un momento de paz; y ese es cuando duermo. Cuando no pienso en que me duele, cuando no temo que no lo entiendo. Hasta en ruinas es bonito el Palacio .

El huracán.

Corre, que viene el huracán , con su furia y con su rabia arrasando los campos marchitos, con su reguero de lágrimas. Se come la tierra y corroe el mar, avanza indómito por la calle; y yo lo busco a ver si me lleva a algún lugar que me despierte. Si me empuja lejos, me desplomo, pero me yo levanto, lo intento, aunque me arranque los brazos; yo voy, lo miro y lo muerdo. Aunque a veces me lance ramas yo las recojo y hago un fuerte, el huracán puede ser bello cuando se lleva los pétalos de las flores que ya no crecen. Es una lucha entre corrientes que no comprendo, y no me importa, porque lo contemplo a un metro y me entretengo con admirarle. Incluso lo compadezco cuando lo veo retorcerse de dolor; entre el frío y el calor que lo carcomen hasta sus más profundos huesos. El huracán quiere morir en el mar y yo solo quiero que sea brisa otra vez; quiero que vuelva a acariciar la hierba, y pensar en oler a tierra húmeda, y a helarme las venas

In flames.

Tiene un Fenix roto en el pecho que cada mañana le anida tratando de recordarle cuánto puede brillar. Pero siempre encuentra peldaños rotos y escalar le produce pánico, asĂ­ que se apaga la estrella lentamente. Aunque sea un caso perdido, sigue intentando crear algo tan dulce como su mirada. La especialidad era perder lo que no tenĂ­a: el tiempo y las personas. Se extiende la galaxia en sus pupilas; ahora ya no sabes donde acaba el universo y dĂłnde la vigilia. Sus pulmones filtran nomeolvides y lirios para quĂ© los respire inconscientemente, asĂ­ quizás me enveneno. ¿Cruel decĂ­an? No lo conocerás si no asumes la despedida. ¿QuerĂ©is algo más como guĂ­a? Bien. TenĂ­a unos ojos tan profundos que un dĂ­a, mientras caminábamos, las estrellas los confundieron con su hogar y le anidaron las despedidas. Los lunes que todos odiaban, me agarraba las muñecas y me susurraba: "I'd like to be your moon and all your stars..." Y se iba dejándome con el corazĂłn a media

Justo antes de apagarnos.

Quien no crea que los Palacios son bonitos es porque no ha estado en este. Quiero seguir caminando y mis pies están quemados; de andar siempre detrás de ti, de los vapores que dejan tus pasos. Se me meten en las fosas y recuerdo lo que olvido, lo que me obligo a olvidar. Ni todo el campo es trigo, ni tengo tanto que llorar. Y sin embargo duele horrores; duele un vacío en mis entrañas. Si pudiera borrar todo lo que me hace recordar no sé cómo habría acabado. Pasa invencible el calendario y la constante no se aparta, pero hay algo que no he probado; suelta la cuerda y mira a un lado. A ver si explota la tierra. A ver si tiemblan los mares. O quizá no pase nada y sea todo como antes. Dame tiempo, que lo piense, y quedaré varado en un segundo que repetiré miles de veces; hasta que ya no quede nada. Hasta que solo quedemos dos y se desgaste esa mirada; que ya no brilla como antes, que parpadea como una vela justo antes de apagars

Como ĂŤcaro rozando el sol pero sin alas.

Me has dejado un millar de caricias estancadas en Noviembre y varios cúmulos de abrazos que se escudan impasibles; cúmulos que ya no son galaxias. Algunas lágrimas grises se ocultan entre las pestañas, insalubres, esperando llorarse frente a un digno de su ternura. Si te espero, sé que te estás marchando, por ello me limito a esquivarte; recorriendo los bulevares que me aterran cuando se supone que sería un dolor fugaz. Ahora es cuando te regalo todos mis ayeres que no han pasado, suplicándote que los cuides como si nunca me hubiesen dañado; quizás con el tiempo los estrechas entre tus brazos para que tu vigilia taciturna acabe de matarlos. Y yo seguía creyendo que no temías al azar que nos decide, siempre que tu camino se bifurcara en mis desgastadas pupilas. No me importa, no te lloro, te espero para abrazarte en el otro lado del espejo: eres Alicia con miedo a cruzarlo. Pero me sigues exigiendo que acierte una flecha con el arco hecho trizas, así com

La cura.

Llevo tiempo buscándola. Ya sea en tu piel cuando me miras o en tus manos cuando están frías; cuando me sumerjo en mis sueños. Busco y rasco en las esquinas, pero la cura no aparece; me dicen que se pasa solo y que llorando solo crece. Me contaron que la cura está escondida en tus paredes. Que está flotando entre tus brazos esperando a que la encuentre. Y busqué oro en tus labios, sabes bien que lo hice; pero encontré sangre por cavar, un agujero en tus raíces. La cura no se encuentra en el filo de una azotea, ni dentro de una botella, ni en el fondo de tus venas. No hay cura cuando no sé ni cuál es mi problema; no hay arreglo para una casa en la que no se ven las grietas. Quizás la cura esté enterrada en un parque por la tarde; o en una taza en la ventana diluida en el aire. Quizá es más simple y está en olvidar este invierno; y dejar que pase el frío hasta que vuelvan a salir las flores.