Era un cadáver caliente.
Hoy la reconocí en el atardecer,
en el sol que se ocultaba
que antes de que me diera cuenta
ya había desaparecido.
Y lloré sin lágrimas y grité sin fuerzas;
y vi que era igual,
que era un cadáver caliente
por lo que lloraba.
Por el hueco entre las sábanas,
por el hueco en la tarde.
Y en el reloj... Y en mi cama...
Y el que había entre mis labios.
Gracias al Palacio
tengo un poema que está más centrado que yo en estos momentos.
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