Así como Diego Ojeda:

Nunca quiero que te vayas


y no quiero que te vayas nunca.

Que estoy dispuesta a clavarme tallos de girasoles muertos en los ojos, solo para sentirte mejor. Y eso de las cuencas vacías era una excusa que se desmentía a base de lágrimas.

Lo que no sabes aún es que llevo cuatro primaveras escribiendo por algo así, esperando una oportunidad, recogiendo los jazmines secos que dejó la mayoría de edad.


Que nunca quiero que te vayas y no quiero que te vayas nunca.


Que todo lo que necesito de mí es a ti respirando; y el asesino con el puñal en la mano. Caliéntalo en mi pecho. No mires tras la butaca, que Cortázar tiene una sorpresa para nosotros.

Sabes que con la niebla en los ojos, estamos conteniendo otro millar de lágrimas que no esperan ser comprendidas. No quiero que abandonemos algo que ya nos está abandonando a nosotros.


Que nunca quiero que te vayas y no quiero que te vayas nunca.


Y así te imagino a veces; con los iris agrietados y los lirios quemados por la ausencia de razones. Buscando un refugio para pasar el temporal. Me sigues respirando, aunque sea aire radiactivo.

Ojalá volver al Septiembre que nunca  debió irse dejándonos desamparados. Mira que somos testarudos. Dos luciérnagas a punto de apagarse que siguen bailando juntas.



Que nunca quiero que te vayas y no quiero que te vayas nunca.



Que me enseñaste a romperle las venas a la soledad y a cicatrizar las propias. Aún quiero que me devuelvas todas las caricias a las siete de la tarde.

Ahora enséñame a atarme los cordones, que tengo los dientes rotos de tropezarme con los miedos enredados. No puedo salvar un imposible que desea serlo.


Que nunca quiero que te vayas y no quiero que te vayas nunca.


Una última lectura, ya no te quitaré ni un segundo más del tiempo que no estás viendo esto:


Recupérame de los escombros de Julio
pero recupérate antes de mis ataques.
Cuídate de romperme en dos
cuando tires de mi brazo.

Siéntate en una butaca los días pares
y mece la escopeta;
dispárame al pecho los impares
y discúlpate sin sentirlo.

Tráeme Marte entre tus manos
acunándole las lunas,
vive con la esperanza del que lleva muerto
más de una eternidad.

Recúerdame como tu chica Stalingrado
con mis temperaturas bajo cero,
aniquílame todos los nazis
que tengo escondidos en el pecho.

Y, por favor, recuerda también
cuando estés solo de noche,
abrazando trozos de tela y algodón 
con más sentimientos que cualquier poema;

que nunca quiero que te vayas y no quiero que te vayas nunca.

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