No me sueltes, que me hundo.

¿Qué si duele? Si, a veces
por el contacto directo
al que me expongo siempre
por querer verte un momento.

Por querer y no llegar,
intentarlo y no alcanzar,
ni a que me mires un poco
cuando me prendo en llamas.

Hoy las llagas de mis dedos
me han pedido una tregua,
para la guerra de trincheras
en la que llevo años metido.

Pero ni aún así te soltaría
cuando te viera caer a la negrura
de tus días malditos y mojados;
ni podría dejar de mirar tus ojos.

Ellos me dicen en silencio:
"no me sueltes, que me hundo,
sácame de este agujero".
Y dime, ¿cómo iba yo a ignorarlos?

Una vez más, salvada por el Palacio.

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