La niña ya no sonrÃe, ya no disfruta los pequeños placeres que le ofrece la vida. Ya no es feliz cuando le estrechan una mariquita, ya no ve sus colores, ahora es solo un insecto más. La niña ya no sonrÃe, no disfruta con las canciones de cuna, mientras el atardecer le cae encima ella se deja aplastar por los miedos. Ya no mantiene la mirada a cualquiera que le busque los ojos, le han vuelto a crecer los dientes y ella solo busca que se le caigan. La niña ya no sonrÃe... ¿Acaso importa? Nadie va a bajar al infierno para salvar un alma que no tiene remedio, ni quiere tenerlo. Nadie va a arriesgarse y menos con un caso tan perdido: donde no hay nada que ganar las pérdidas están aseguradas. Pero la niña lo entiende y no culpa a nadie de dejarla caer al vacÃo, sin pasarse a verla perder. A ella le gusta pasear por el borde del precipicio, con los ojos vendados y haciendo equilibrio sobre su dolor. Es como una perfecta contradicción: se lesiona