Kagutsuchi.
Empiezo llorando consolada, explicando al mundo que la presión pudo más que los abrazos olvidados. Siempre me dijeron que una herida duele más cuando se está curando. ¿por qué dudarlo? Viendo cómo a cada corte me crecían más las alas. Y las lágrimas, confusas, bifurcaban en seda roja. Ahora han pasado eones desde la última palabra que, carente de cautela, me escupiste al corazón. Si desde que te vi me gustó la forma en que me desvelabas con el café de tus ojos ; sin invitarme después a tu vida, claro. Y de qué manera te ibas defendiendo, ante todo, el victimismo de Caperucita y lo brutal del lobo. Con muy pocos solsticios, y en compañía de tus ojeras con cafeína , has quemado más corazones que campos secos el verano. Una persona muy armada, pero no de valor, que arrasa los recovecos de esta existencia caduda. Unos labios gélidos, ardientes como Kagutsuchi , que más que derretirse se funden en mis ojos. Se le volatilizan las ideas, cuando busca la co